Una mirada al pasado La Balsa Vieja: génesis y ocaso de un enclave vital en la historia de Totana Por Juan Cánovas Mulero

Una mirada al pasado La Balsa Vieja: génesis y ocaso de un enclave vital en la historia de Totana Por Juan Cánovas Mulero

Unida a la consolidación urbana de Totana, en las primeras décadas del siglo XVI, se configura «el balsón o balsa de Totana», conocido también como «balsa o balsica de Triana», esfera de funda- mental importancia para un territorio de carácter agrícola. Tomaba consistencia este espacio en íntima conexión con los diferentes poderes del municipio, en ex- presión de la confluencia de esencias que dieron entidad a una población que tras abandonar la fortaleza de Aledo, concluido el periodo de razzias y algaras medievales, ponía la mirada en la fértiles tierras del valle. De este modo, se configuraba un núcleo de significado con principales testigos de esa alianza, en el que  además de esta alberca, mostraban su preeminencia el templo de Santiago, las escribanías y el edificio del Concejo, así como las principales vías de comunicación que atravesaban la antigua villa.

En su entorno, además, se situaron abrevadero y espacios comunales en donde siglos después se construirían edificaciones e infraestructuras de servicios básicas para los moradores. Desde este depósito de agua se atendió el riego a tierras de labor dedicadas a cereales, moreral, olivar... Una parte importante de esos terrenos, por su proximidad y cerca- nía al núcleo originario, se incorporaron en los siglos siguientes a ese primer foco, ampliando las posibilidades urbanas.

La propiedad de estas aguas se organizaba por El Heredamiento de la Balsa Vieja. En él se agruparon acaudalados terratenientes del lugar y miembros de la oligarquía urbana, algunos de ellos con poder político en el Concejo. Un considerable número disfrutaba de un amplio patrimonio, contando con una destacada cuantía de horas de agua de esta corriente; otros, poseían la sola propiedad del agua. Ambos obtenían considerables beneficios de este precia- do bien que, sometido a subasta pública, alcanzaba elevados precios en momentos de carestía y alta demanda.

Las aguas que alimentaban esta balsa nacen en las inmediaciones de la villa, emergiendo de las resurgencias del lecho de la rambla que la atraviesa, en donde un flujo hidrológico subterráneo afloraba del subsuelo y del que en 1547 se decía que «acrece muchas veces a causa de la mucha agua». Este acuífero, además, es- taba nutrido por los nacimientos de La Bóveda y El Prado que manan de las áreas colindantes.

Una mayor sensibilidad higienista, alentada por los movimientos ilustra- dos, calaba en el vecindario desde finales del siglo XVIII, por lo que en 1801 se planteaba «mu- dar la Balsa Vieja a sitio proporcionado fuera de la población para conservación de la salud pública por lo nocivo que es y ha sido a ella». Las autoridades locales asumían de buen grado la proposición, acordando en septiembre de ese año proceder «a la mutación de dicha Balsa Vieja al sitio que  estime el Ministerio Judicial más a propósito para conciliar los dos extremos de beneficio a los herederos para sus riegos sin causar agravios y conservar la salud». A pesar de la positiva  predisposición, la toma de decisiones a este respecto se fue dilatando en el tiempo, pues un siglo des pués seguía abierta la controversia pero no resuelta.

Un nuevo impulso surgía a mediados de la década de 1920 cuando el Heredamiento reafirmaba su beneplácito a que la Balsa Vieja fuese reubicada  en el lugar que decidiese el Ayuntamiento,  asumiendo   la  institución  municipal

«los gastos que ha de ocasionar el tras- lado, los que importen la construcción del edificio destinado a Alporchón y la indemnización de los daños y perjuicios que puedan ocasionarse a los regantes y a este Heredamiento». A cambio ofrecían al municipio «el sitio en que están actualmente emplazados  la  balsa y Alporchón», aconsejando al Concejo lo destinase «a glorieta, Plaza de abastos o Escuelas Graduadas, que tanto se echan de menos en una población de la categoría de la nuestra…». Contraria- mente a esta positiva coyuntura no se llevaban  a  término  las  propuestas. Durante la Segunda República la solución del problema parecía inminente cuan- do en enero de 1932 se le comunicaba al Heredamiento «el plazo máximo de dos meses… para que estudie y presen- te a esta Junta las soluciones que estime pertinentes, encaminadas a la total higienización de la Balsa Vieja…». En ese tiempo se proponía para  acabar  con el dilema, desviar «las aguas de aquella para conducirlas a la Balsa Nueva, des- de donde daría el riego a la zona que comprende el mismo regadío que dominaba la Balsa que se pretendía suprimir». Sin embargo, tropezaban con un obstáculo  referido  al  regadío  tradicional del

«predio de La Casica», situado «en un nivel más alto que el denominado por la repetida Balsa Nueva». Para remediar esta dificultad «se proyectaba la construcción de un pequeño depósito en la parte alta de la Ciudad, de un lote de cabida con el fin de que la expresada finca no sufriera  perjuicio».  A pesar   de estas argumentaciones, de la voluntad de los miembros de la corporación y de las indicaciones de los técnicos, una vez más la aspiración quedaba sin ejecutar.

Al concluir la Guerra Civil volvía a activarse la necesidad de aniquilar este foco, improcedente para el ornato del entorno y peligroso, por insalubre. En febrero de 1940 el Concejo recordaba la inquietud de diferentes corporaciones para «hacer desaparecer del Casco de esta Ciudad la Balsa, llamada “La Vieja”, por implicar ello un principio de urbanización y saneamiento propio de las modernas higienizaciones y cul- tura, proyectos que han sido también aconsejados y propuestos por distintos inspectores Provinciales de Sanidad y  en fecha muy reciente por el que hoy rige esta Provincia; el Gobierno que con tanto acierto cuida de todos los aspectos de los problemas nacionales, tiene como uno de los de su predilección el correspondiente a Sanidad y esta alcaldía delegada en funciones», apoyado en estos enunciados, acordaba  «llevar a la práctica el traslado de la referida “Balsa Vieja” a otro lugar fuera del casco de esta ciudad».

Finalmente, al culminar la década de 1960 la balsa dejaba de desempeñar el uso para el que fue concebida, ubicándose en su cubo e inmediaciones, algu- nos de los servicios de la localidad, como fueron: mercado semanal, zona de aparcamiento, recinto ferial…