Cuando la Balsa Vieja permitió el paseo en barca por «sus sosegadas aguas» (Juan Cánovas Mulero).
Origen de las aguas de la Balsa Vieja.
Unida a la configuración urbana de Totana, condicionando su estructura y con la principal misión de aportar las aguas precisas para el abrevadero de animales y el riego de diferentes cultivos, la Balsa Vieja, gestionada por el Heredamiento del mismo nombre y de posesión comunal en sus orígenes, se surtía de las fuentes que nacían en el Prado, nominadas como «manantiales de la Bóveda y Cañico», también de las aguas que afloraban de la Rambla y de las que se retenían en el azud de su cauce. Otros pequeños nacimientos, alimentaban de manera desigual su caudal, entre ellos, La Higuera, Saladilla, La Tejera…, este último de utilidad para el suministro humano.
Esta vía de agua, primordial fuente de riqueza, estuvo bajo el control de los principales terratenientes de la villa, como también de las instituciones religiosas: el templo parroquial de Santiago, hermandades, cofradías y Hospital de la Purísima.
Aprovechamiento de las aguas que surtían la Balsa Vieja.
La explotación de este bien en privilegio exclusivo de los rentistas que «desde tiempo inmemorial y siempre han aprovechado y utilizado en sus fincas, vendiendo o arrendando como les ha convenido», chocaba con los intereses municipales al escapar al control fiscal del Concejo las diferentes transacciones que con ella se realizaban.
A fin de racionalizar este incentivo a favor del interés general y poniendo a uso de los propietarios de tierras de cultivo un mayor volumen de aguas para riego, los munícipes, a principios del siglo XIX y a propuesta del síndico personero, determinaron que estas aguas se colocasen «en alporchón forzosamente, vendiéndose en subasta y que las riegue y aproveche el mejor postor». En esta providencia se mantuvieron hasta que fueron adquiridas por el Ayuntamiento en 1967. En ese tiempo, siendo alcalde de la localidad José Sánchez Clemente, se pretendía, desecada la balsa, instalar, «en sus ochocientos metros cuadrados, un centro comercial cubierto con galerías », cuya salida se efectuaría por la calle Tintoreros.
En lucha por mantener la limpieza de un espacio que demasiadas veces se había convertido «en una charca inmunda ».
El depósito de aguas en el estanque de la Balsa Vieja vino acompañado de numerosas quejas de los vecinos por los despojos que en ellas se depositaban y los malos olores que generaban.
Estas circunstancias obligaron a la Junta de Sanidad Local a reclamar su limpieza y su traslado fuera del núcleo urbano. Inquietudes que se hicieron insistentes desde finales del siglo XIX, acudiendo a la autoridad del Gobernador Civil para que respaldase la eliminación de este foco de infección. A pesar de haber establecido acuerdos firmes entre el Ayuntamiento y los socios del Heredamiento, no llegaron a cumplirse. En 1924, las negociaciones se plantearon con la condición por parte de los propietarios de acceder al traslado, siempre y cuando el terreno se destinase «a glorietas, plaza de abastos o escuelas graduadas, que tanto se echan de menos en una población de la categoría de la nuestra». Estas conversaciones, ni otras que se mantuvieron en diversos momentos cristalizaron, con lo que fue la propia evidencia de los hechos y la presión de los tiempos los que finalmente acabaron con este enclave, consumándose para finales de 1970. En ese tiempo, la prensa regional informa que ya se había vaciado la Balsa Vieja, preparándose la superficie para una próxima urbanización y conseguir «la desaparición de una charca insalubre».
Adecentando el céntrico y emblemático contorno de la Balsa Vieja.
En esta trayectoria de descuido en limpieza y mantenimiento de la Balsa Vieja cobraba
realidad, en el verano de 1909, la iniciativa del alcalde de Totana, Damián Coutiño Cánovas que, deseoso de acabar con «el potente foco de infección que venía siendo el centro de la localidad », por la insalubre acción de «arrojar inmundicias» en el embalse, que «fácilmente entraban en descomposición», con el consiguiente deterioro de este concurrido perímetro, como también aprovechando «lo propicio que se halla el heredamiento propietario para su frecuentelimpieza», conseguía el saneamiento de las aguas del enclave, aco modando, igualmente, sus inmediaciones para facilitar el paseo del vecindario, transformándolo en zona de recreo. De este modo, «convertido en un espacioso lago», la población y, especialmente, «los niños y jóvenes», encontrarían «un sitio de grato recreo». A su vez, se ofrecía el servicio de una barca ubicada en ella que proporcionaba la posibilidad de disfrutar de paseos por sus aguas. Lamentablemente esta intervención debió de tener escasa continuidad, pues pronto vuelven a plantearse las quejas por el mal estado de la alberca y lo degradado de los aledaños. Sin embargo, a partir de la década de 1950 se tiene constancia de la práctica de determinadas actividades relacionadas con las fiestas patronales, entre las que se refieren cucañas y concursos de pesca entre los más jóvenes.
Juan Cánovas Mulero