Juan Antonio Sánchez Martínez. Toda una vida entre hierros y fuego al frente de la fragua del Santo Cristo

Juan Antonio Sánchez Martínez.  Toda una vida entre hierros y fuego al frente de la fragua del Santo Cristo

En casa del herrero, cuchillo de palo es un dicho popular que en el caso de Juan Antonio Sánchez Martínez no se cumple en absoluto, porque él, además de haber sido herrero toda su vida, es de los que en su entorno familiar o personal predica con el ejemplo y es un auténtico manitas al que siempre acuden para los pequeños arreglos.

Natural de Totana, aunque por circunstancias naciese en la ciudad de Murcia, recuerda una infancia como la de la mayoría de los niños de su época, corta, debido a que desde bien pequeños tenían que arrimar el hombro a la economía familiar y ponerse a trabajar. En su caso, con sólo nueve años ya comenzó de aprendiz en una fragua.

Su padre, aunque no tenía título, ejercía como practicante y “daba la lección”, como él dice, por las noches en su casa, con el fin de enseñar nociones de cultura general a personas que acudían cuando acababan la jornada laboral. De hecho, dice con orgullo que su progenitor cuenta con una calle en el municipio de Totana, por la zona de La Turra, la calle Practicante Alfonso Sánchez Mateo.

Juan Antonio comenzó antes de cumplir la primera década de vida a aprender el oficio en la fragua de Tomás, quien era precisamente uno de esos alumnos que acudía por las noches a su casa a recibir las enseñanzas de su padre y a quien éste pidió que acogiera al niño en el taller. En esta fragua comenzó a familiarizarse con un oficio al que ha dedicado el resto de su vida. De allí pasó también por la fragua del Maestro Ángel, junto a la Rambla, y el taller de la familia de Pura (quien fuera dueña del bar Tumar), antes de regresar de nuevo unos años con Tomás.

Tras el paréntesis obligado del Servicio Militar, regresó a Totana, y decidió establecerse por su cuenta. Alquiló el bajo que actualmente ocupa en la calle Balsa y que posteriormente adquirió en propiedad y allí ha estado, hasta que se jubiló hace doce años, ejerciendo como herrero.

Sin embargo, aunque ya lleva tiempo jubilado, él sigue acudiendo a diario a la fragua, por entretenimiento y para hacer pequeños arreglos, pues se siente a gusto entre hierros.

Con nostalgia dice que el día que él desaparezca, la fragua lo hará también, pues ha tenido dos hijas y ninguno de sus nietos están por la labor de darle continuidad a este oficio. Quizás por ello, no deja de pasar casa día y estar un rato entre ese caos que es el taller de un herrero, entre amasijos y piezas de hierro y metal, pero en el que él se mueve como pez en el agua y al que dice que seguirá yendo a pasar el rato hasta que el cuerpo aguante.

Sobre el oficio de herrero, lógicamente dice que ha evolucionado mucho desde sus inicios. En este sentido comenta que antiguamente no había tanta maquinaria en el campo y lo que más se hacía en su taller eran herramientas y aperos para labrar, todo trabajado en la fragua, con martillo, yunque y modelando el hierro al calor del carbón.

Luego, con la introducción paulatina de las máquinas para labrar, lo que más trabajo le daba era precisamente la reparación o elaboración de piezas y aperos para éstas. Y posteriormente, el trabajo fue desembocando sobre todo en tema de carpintería metálica, rejas, puertas, ventanas y trabajos de cerrajería.

Al principio recuerda que el trabajo era mucho más duro al ser todo manual, incluso había que cortar a mano, pero después, todo se fue haciendo más fácil con la introducción de maquinaria para soldar, hacer remaches…

En el campo de la herrería se considera que ha sido un todoterreno, pues lo mismo hacía una reja, que mobiliario, aperos… Como herrero, dice que no había una parte de su trabajo que le gustara más o se le diera mejor, mientras recuerda la época de estar en la fragua y con el yunque y el martillo, todo manual, con el esfuerzo y trabajo lento y minucioso que ello suponía.

De su oficio, como es el único que ha conocido, dice que no hay nada que no le gustara. Si bien reconoce que a veces pasaba mucho calor, sobre todo en verano al estar todo el día en la fragua con las altas temperaturas, matiza que como ya estaba acostumbrado, parecía que ya no lo notaba.

Además, recalca que ha tenido la suerte de no tener grandes percances, a pesar de trabajar confuego y hierros candentes; eso sí, quemaduras, cortes y chispas que saltaban, eran el pan nuestro de cada día, aunque como con el calor, eran gajes del oficio al que uno acababa  costumbrado.

Su fragua, conocida como la del Santo Cristo, a pesar del pequeño tamaño, llegó a tener por el volumen de trabajo hasta cinco personas trabajando, de las que una estaba todo el día en la fragua, otra en la calle tomando medidas y las otras tres en otras tareas. Sin embargo, al final, cuando los talleres fueron evolucionando a empresas de mayor envergadura dedicadas sobre todo a carpintería metálica, él prefirió quedarse realizando trabajos más pequeños y los  últimos años solo estaba él trabajando.

A pesar de que se jubiló hace más de una década, todos los días acude un rato a su taller: “Donde mejor estoy es aquí”, confiesa, mientras explica que siempre pasa alguien, y algún amigo con el que habla un rato. Otra fiel compañera durante todo este tiempo ha sido la radio, que siempre tenía puesta, ya fuera oyendo música, noticias o programas variados.

Juan Antonio confiesa que no ha tenido otras aficiones, solo su trabajo, aunque sí apunta que le gusta viajar. De hecho, ha recorrido muchos lugares de España y también ha visitado Portugal y Francia.

También le gusta la Semana Santa, aunque ya dice que no se viste de nazareno, algo que siempre hacía de joven, sobre todo para acompañar a sus hermandades, la de Nuestro Padres Jesús y la Cofradía del Santísimo Cristo de la Agonía.

De Totana le gusta todo y especialmente el paraje de la Santa, que califica como “espectacular” y al que dice sí le agrada subir y estar allí un rato. Pero además, recalca que el municipio encierra rincones bonitos y por los que se pasa todos los días sin darle importancia: “A veces no valoramos lo que tenemos, y en Totana tenemos muchos sitios preciosos”, argumenta.

No se ha planteado nunca qué hubiera sido de no haber ejercido de herrero, ya que es el único oficio que conoce y al que se ha dedicado, si bien, pensando un poco, comenta que carpintero, porque también le ha agradado y se le ha dado bien siempre lo de trabajar con la madera.

De su infancia y juventud dice quefue normal, como la de mucha gente  de la época, trabajando siempre, ya que recuerda que entonces se trabajaba incluso los domingos por la mañana. Tantos años en la fragua y su taller le han permitido realizar miles de trabajos, no sólo para Totana sino también para otros puntos de la Región de Murcia e incluso de fuera. En este sentido recuerda por ejemplo una puerta de seguridad que se hizo para Barcelona o unas mesas y sillas de forja que se enviaron a Sevilla.

Entre los trabajos que recuerda con cierto orgullo, menciona el montaje de la escalera de la casa de las Constribuciones y en La Santa, ese paraje que tanto le gusta, explica que también puso unas rejas en la zona del Arco por donde se entra al hotel.

Miles de trabajos que han acabado en casas y negocios de muchas personas, y en los que Juan Antonio siempre puso su sello de dedicación y detalle.

Ahora, y mientras el cuerpo aguante, seguirá yendo cada día a su negocio, a revivir entre trozos de hierro, su época como herrero, casi como el garante de un oficio del pasado. La fragua del Santo Cristo ha sido su vida y en ella se siente como en casa, entre hierros y herramientas.

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