Juegos Populares en Totana. En otros tiempos los niños confeccionaban sus propios juguetes con imaginación y creatividad. (Artículo de María José Valenzuela Cánovas)

Juegos Populares en Totana. En otros tiempos los niños confeccionaban sus propios juguetes con imaginación y creatividad. (Artículo de María José Valenzuela Cánovas)
Juegos Populares en Totana. En otros tiempos los niños confeccionaban sus propios juguetes con imaginación y creatividad. (Artículo de María José Valenzuela Cánovas)

En los tiempos que corren es muy difícil que los chicos de hoy entiendan que la juventud de otros tiempos jugase con cosas sencillas que su entorno ponía en sus manos. Eran años de carencias en los que las familias no disponían de dinero para comprar juguetes tan simples como un caballo de cartón o una muñeca de trapo y menos aún juguetes sofisticados y caros.

Los niños tenían que suplir sus carencias económicas con algo que es fundamental en nuestra vida: la creatividad.

Con las ganas de vivir recién puestas, escasos de dinero, utilizaban la más poderosa de las armas que les dio la naturaleza: la imaginación, y con ella inventaban modos de jugar y pasarlo bien con sus amigos, teniendo en cuenta fundamentalmente que aquellos eran juegos  rurales. 

Cuando ésta se pone en marcha no encuentra barreras que la detengan, y mucho menos la de un niño, que es capaz de idear millones de formas de pasarlo bien en cualquier circunstancia.

Lamentablemente las nuevas tecnologías han aborregado a los niños y son incapaces de utilizar su natural inteligencia para inventarse modos de pasarlo bien; se los tienen que dar hechos en base a imágenes en movimiento, lo que los hace dependientes de las tablets y los teléfonos móviles.

No hay nada más creativo que la necesidad, ya que espolea la imaginación y de ello nace la creatividad del género humano, especialmente en la etapa en que las potencias intelectuales están naciendo con la imparable fuerza de la juventud. Esa necesidad, esas carencias, eran un acicate para extraer de sus fértiles cerebros las mejores ideas para pasarlo bien con los medios que disponían.

Una raíz, una tabla, una palera, una goma o un viejo cojinete eran válidos para crear una escopeta, un carro o un patinete, solo hacía falta la imaginación y algo de habilidad manual para discurrir el ingenio con el que divertirse. Con la “y” de una rama se hacía un tirachinas con el que probar la puntería, de manera que se llegaba con la práctica hasta a cazar gorriones o merlas, como llamamos aquí a los mirlos, que debidamente desplumados y desviscerados se freían en una fogata hecha con hierba seca y palos, siendo devorados por los niños y mayores en corro.

Lamentablemente los niños de hoy son dependientes de la tecnología y se están perdiendo el placer inimaginable de inventar y crear sus propios juegos, haciéndose dependientes de los aparatos.

Esta es una buena ocasión para recordar los juegos que ideábamos las niñas y niños de mi generación, que no fue tan prolífica en creatividad como la anterior porque nos llegaron mejores tiempos.

Como hemos dicho, eran épocas de carencias, los juguetes eran caros y solamente los veíamos el día de Reyes y a veces en el santo o cumpleaños, lo que nos obligaba a fabricarlos con nuestras propias manos. En las niñas las muñecas eran una al año cuando se tenía suerte, y a los chicos un coche de hojalata y poco más. Hay que tener en cuenta que eran tiempos en los que había una definición de juegos y juguetes propios de niños y de niñas, aunque muchas no hacíamos caso y nos divertíamos de forma mixta. La tiza la veíamos en la escuela, pero en la calle nos servía un aljezón con el que dibujábamos en el asfalto los cuadrados del juego del tejo, en el que a la pata coja empujábamos una piedra plana saltando las sucesivas casillas.

Con pequeñas navajas o cuchillos que cogíamos prestados de casa solíamos apañarnos para fabricar nuestros entretenimientos. Utilizábamos lo que teníamos a mano, lo que la calle y los cercanos huertos nos deparaban, como por ejemplo las paleras. Con las palas de las chumberas fabricábamos carros como los que veíamos pasar transportando fruta, productos agrícolas, escombro o materiales de construcción.

El procedimiento era rudimentario y sencillo, se recortaban de forma rectangular las palas y con ellas se formaba la base y los adrales o laterales del carro. En algunos casos los adrales se erigían pinchando palos de las matas, como hinojo, que encontrábamos en el suelo.

 Las ruedas las recortábamos procurando que giraran y se colocaban en el carro usando como eje otro palo que atravesaba su superficie. Con un hilo bramante o un cordel atado a su frontal tirábamos de él transportando piedrecitas o pequeños montones de tierra o manojos de hierba en clara imitación de lo que veíamos hacer en nuestro entorno rural.

En Totana había un singular juego con las paleras con cierto tinte de bestialidad.

Consistía en colocar la punta de una navaja sobre el dedo meñique de una mano y con la otra se lanzaba con fuerza girándola y buscando que se clavara en una pala previamente cortada, en cuyo caso se ganaba.

El que no lo lograba tenía que comerse un trozo de tan babosa, jugosa y suculenta planta. Desde el dedo meñique se iba pasando sucesivamente a otros dedos, muñeca, codo, hombro, barbilla, nariz, frente...

Este juego tenía otra variante, ya que en diferentes barrios cada uno lo hacía a su manera, y ésta consistía en que al perdedor del juego, el que quedaba fuera por no acertar con la navaja en la palera, se le propinaba un castigo más suave, ya que no tenía que comerse la pala, sino que en el centro de otra pala se clavaba un palo corto y el eliminado debía ir mordiendo trozos de la pala y  escupiéndolos hasta llegar a coger con sus dientes el palo.

Sobre saltos versaba otro de los juegos más populares que llamábamos Zorro, Pico, Taina, en el que uno de los chicos se ponía de espaldas a la pared y otro se inclinaba poniendo su cabeza entre las piernas del primero, siguiendo así en sucesión hasta cinco o seis.

 Puestos en fila ante ellos, se tomaba carrerilla y se saltaba de uno en uno procurando llegar lo más lejos posible, por lo que se solía hacer un montón hasta que la resistencia de los de abajo se vencía y caían todos al suelo.

A la hora de saltar, el primero preguntaba: ¿Zorro? (dedo pulgar), ¿pico? (dedos: índice, corazón y anular), ¿taina? (dedo meñique). Sacando los dedos desde el pulgar hasta tres de ellos, se preguntaba a uno de los que estaban agachados y tenía que responder cuáles eran los dedos que tenía el que estaba en la pared. Si acertaba se levantaba y se convertía en el que estaba en la pared que no tenía que soportar el peso de los que saltaban.

 En algún caso el resultado del juego era una rodilla magullada o algún dolor en la espalda.

Como estos, hubo otros muchos juegos, algunos de los cuales desgranaremos en estas páginas, con el denominador común del ingenio de los chicos y chicas que querían jugar y pasarlo bien, y al no tener a su disposición juguetes buscaban materiales en su entorno para utilizarlos a base de imaginación y arte manual, aunque fuera tosco, para idear modos de jugar y pasarlo bien.

María José Valenzuela Cánovas