Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)

Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)
Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)
Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)
Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)
Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)
Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)
Primeros pasos de la cartelería nazarena en Totana. (Juan Cánovas Mulero)

En épocas en las que los espacios de relación se centraban en torno a reducidos núcleos poblacionales, cada uno de los acontecimientos que formaban parte del contenido cultural o ceremonioso del ámbito local estaban estrechamente interiorizados, formando parte no sólo del calendario festivo sino también del personal de cada uno de los vecinos.

Confluir en esas efemérides conectaba íntimamente con la esencia misma de la comunidad, con la importancia de estar y sentirse parte de ella. Desde esa realidad, no era necesario desarrollar expresiones publicitarias de cada una de las celebraciones que conformaban su catálogo de solemnidades, pues estaban suficientemente asumidas, máxime cuando estas pertenecían al ámbito religioso, enunciados, por otra parte, de principal resonancia. Con la solidez, arraigo y solvencia en que están fundamentadas las manifestaciones pasionales de Totana, el mundo nazareno de la localidad impulsaba en la década de 1940 una tímida presencia anunciadora de sus celebraciones de Semana Santa.

 Lo hacía encargando carteles divulgativos al pintor afincado en Totana, Antonio Soriano. Aquella interesante propuesta, avalada por el cálido trabajo de Soriano, tuvo una efímera existencia, pues, que sepamos, este autor compuso cinco modelos para pregonar el evento en 1945. Hubieron de pasar más tres décadas para que se retomara la iniciativa, entonces bajo la tutela del pintor totanero José Hernández Lario que, tras varios años, entre 1978 y 1989, primero con producciones artesanales y en el último año con la impresión de una de sus obras, aportando siempre lo mejor de su compromiso nazareno, dio paso a la decisión del Ilustre Cabildo Superior de Procesiones de Totana de promulgar la grandeza de este principal discurrir con iconografías representativas de cada uno de los momentos de la pasión de Cristo.

 Las imágenes titulares con las que procesionan las hermandades y cofradías integran una amplia trayectoria que viene desarrollándose desde el año 1990 y que comenzaba con la reproducción de la efigie del Santísimo Cristo de la Agonía.

Reconociendo el esfuerzo realizado con composiciones revestidas de originalidad y creatividad, en los primeros momentos con técnicas y medios limitados, ya que fueron confeccionados uno a uno de forma manual, apoyándose, tan sólo, en algunos pequeños recursos a fin de agilizar el proceso, presentamos en esta aportación varios de esos testimonios, junto a unas leves pinceladas de sus autores.

Antonio Soriano Cases (1908-1968), natural de Orihuela llegaba a Totana en 1939, al concluir la Guerra Civil española. Tras ampliar sus estudios de pintura en Madrid, desarrolló en su ciudad nata interesantes actuaciones con la participación en diversas exposiciones «con positivos resultados de acogida de público y de crítica, resaltando la belleza y perfección de su obra». En 1935 compuso el cartel anunciador de la Semana Santa de Orihuela.

En 1949 contraía matrimonio con la totanera Teresa Lozano Ibáñez. En la década de 1940 llevó a cabo en Totana una intensa actividad afrontando la restauración del patrimonio religioso dañado durante el conflicto bélico de 1936 a 1939.

Además, ejecutó varias obras de carácter religioso para las poblaciones de Aledo, Cartagena y una amplia galería de imágenes que decoran la capilla de Nuestra Señora del Rosario en el templo de San Lázaro de la vecina población de Alhama de Murcia. Su producción religiosa está impregnada de la espiritualidad que definió su carácter, como también por una elevada integridad moral y coherencia.

 José Hernández Lario, nació en Totana en junio de 1940, una época difícil para comenzar estudios reglados. Pronto se incorporó a la vida laboral desempeñando diferentes tareas en la agricultura, en la fragua con un herrador, para continuar un tiempo después con Pepe Cifuentes, un totanero con habilidades para la pintura.

Allí conoció algunas de las técnicas relacionadas con este oficio que fue mejorando al pasar a trabajar con Laureano Ruiz, padre del escultor Antonio Ruiz. En ese tiempo, además, asistía a un grupo de trabajo en el convento de los padres capuchinos, aprendiendo del profesor y pintor Juan Garín y al que también asistía Pedro López Guerao. Acompañó a Garín en sus salidas para sesiones de pintura al natural, momentos propicios para ir mejorando sus habilidades y destrezas. José Hernández Lario, incansable trabajador, apasionado por la pintura y autodidacta, ofrece el testimonio del tesón y el bien hacer.

 Con su pincel sabe captar la sublime belleza del paisaje de Totana y su entorno, sus principales fervores y devociones, sus manifestaciones religiosas. En 2016 el Ilustre Cabildo Superior de Procesiones le nombró «Nazareno de Honor».

A principios de la década de 1950 tuvo la oportunidad de marchar a estudiar a Valencia con una beca del Estado, pero al ser hijo único sus padres no entendieron esta posibilidad y no lo animaron a emprender ese camino. Una década después, se trasladó a Barcelona con la idea de perfeccionar en el arte de la pintura y profundizar en ello.

 La situación económica le obligó a trabajar para atender las necesidades mínimas, lo que le impidió conquistar nuevos aprendizajes. Al regresar a Totana y contraer matrimonio las tareas laborales, ya trabajando como pintor de viviendas y similares, no le alejaron de su gran afición, sino que siguió avanzando y practicando. En esas inquietudes artísticas se encuadra su participación en el diseño y elaboración de los primeros carteles de la Semana Santa de Totana, a finales de la década de 1970. Durante un tiempo impartió clases, a través de la Universidad Popular, a un numeroso grupo de niños y jóvenes. Una experiencia muy gratificante.